“Cuando el lenguaje común, universaliza el masculino como patrón para abarcar toda la realidad, expresa a través de la lengua el estado de discriminación de la mujer.”
Convención Nacional Constituyente, 1994.
Durante la infancia, el lenguaje es nuestra manera de conectarnos con el mundo. A través de él lo reconocemos, lo identificamos y lo representamos. Así, el lenguaje determina, en gran parte, la manera en la que concebimos todo lo que nos rodea.
A lo largo de la historia, el lenguaje se construyó tomando como norma y medida de la humanidad sólo a una parte de la misma: la masculina. Esto evidencia la relación asimétrica, jerárquica y desigual entre hombres y mujeres, que concede privilegios a uno por sobre el otro y niega la pluralidad de las voces.
Lo masculino ha representado siempre lo universal, convirtiendo lo femenino en una aclaración y/o excepción. Por ejemplo, se utiliza “hombre” como símbolo de humanidad, como así también niños, padres, argentinos, trabajadores, compañeros, secretarios, etc.
Entonces, ¿cómo lograr la inclusión de todos los géneros en una palabra? Es muy fácil: cambiando la “o” que refiere únicamente al género masculino, por la “X”. El uso de la “X”, así como otras variantes como la “@” o la “e”, no refiere a una única forma de ser en el mundo, sino que contiene la amplitud y la indeterminación necesaria para que comprenda a todxs. También podemos hacer uso de palabras neutras, como humanidad, infancia, pueblo argentino, dirigencia o población.
El uso del lenguaje no sexista e inclusivo no oculta, ni subordina, ni excluye. Por lo contrario, considera, respeta y hace visible a todas las personas, reconociendo la diversidad sexual. Cambiarlo implica una transformación cultural, otra forma de entender, de pensar y de representar al mundo y, sobre todas las cosas, a las personas con quienes lo habitamos. Modificar la manera en la que nos comunicamos significa reconocer el derecho a la identidad y la expresión del otrx.
La construcción de la igualdad es una tarea constante de todxs. Implica el cuestionamiento de hábitos, costumbres y prácticas cotidianas, que hoy en día se encuentran totalmente naturalizadas, pero que son construcciones históricas.
Lo que no se nombra no se ve, es por eso que debe nombrarse en el universo del discurso. Para graficar un poco más esta problemática, compartimos un cuento corto de Teresa Meana, docente y filóloga española.
Una niña va al jardín de infantes y, cuando la maestra dice “todos los chicos salgan al recreo”, ella se queda sentada. La maestra entonces le dice: “María, ¿por qué no vas al recreo?”, y ella le contesta “Seño, usted dijo los chicos“. La maestra, sorprendida, le contesta: “María cuando digo los chicos, me refiero a los chicos y las chicas”. Y María sale al recreo.
Al otro día, en la clase de actividad física, la seño dice “los chicos que quieran jugar al fútbol levanten la mano”. Entonces María levanta la mano muy entusiasmada. Y la seño le dice “María, al fútbol juegan sólo los chicos”.
Teresa Meana reflexiona y sostiene que allí nace lo que se llama la intuición femenina: las mujeres toda la vida tenemos que estar adivinando cuándo estamos incluidas en ese universo masculino y cuándo no.
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